A cargo de Dr. Carlos Aranda Pescador 
La muerte de Muhammad (632e.c.) originó un período de luchas internas por la sucesión a la cabeza de la fe islámica. Al margen de las disputas entre partidarios de aceptar como guías espirituales y líderes políticos a los compañeros del Profeta o al linaje familiar, lo que pronto ocasionó un sangriento cisma entre hermanos de religión, grupos de fieles devotos ajenos a esa controversia entregarían sus vidas y energías a profundizar en los aspectos más esotéricos del mensaje profético.
La llegada del Islam a Palestina, Siria y Egipto tras las conquistas de los primeros califas-territorios cristianizados vieron aparecer las primeras manifestaciones de vida ascética (que venían siendo practicadas desde el siglo IV) y, poco después, de un primitivo monacato supuso el comienzo de un fructífero intercambio entre propuestas espirituales nacidas de la creencia en un único Dios. El contacto entre musulmanes y cristianos dirigiría a los primeros, sin perjuicio para la doctrina recibida, hacia un enfoque cognitivo-conductual específico y daría lugar a la aparición de hermandades o cofradías cuyo propósito era la purificación del alma humana y el Conocimiento divino.